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Ninguna práctica organizacional, sistema social o económico alguno se sostiene por sus propias bases: se erigen inevitablemente, sobre una “plataforma metafísica”, es decir un punto de vista básico que se tiene sobre la vida, su significado y su propósito. Los sistemas de interacción y relacionamiento social y cultural no son sino las encarnaciones de las más primordiales actitudes, cualidades y aspiraciones del ser humano (sean estas virtuosas o no). Por décadas nos hemos adoctrinado en el empleo ingenioso de la tendencia humana a la codicia, el individualismo y el egoísmo como fuerzas motivadoras de nuestras acciones. No hay razón para separar el desarrollo humano de la eficacia en el ámbito de nuestro quehacer económico y menos laboral. No hay ninguna razón… No hay necesidad de negar que el consumo, la riqueza, la educación, la investigación y muchas otras cosas son necesarias en cualquier sociedad, pero lo que si es imperiosamente ineludible hoy, es una revisión de los fines a los que se supone sirven estos medios.
Hoy tal vez como nunca antes,
tenemos la posibilidad de desarrollar un enfoque sistémico-holístico,
mundocéntrico que reinterprete, interrelacione y resignifique los
conflictos de la actualidad en el ámbito de la política, las
relaciones internacionales, la economía, la ética contemporánea, la
ecología y hasta la psicología social. Hoy, tal vez como nunca antes,
gracias a las hipermediaciones, tenemos la posibilidad de desplegar el
renacimiento potenciado de las relaciones humanas, de recrear un nuevo
modelo de interacción centrado en la felicidad, no ya como un inventario
de experiencias individualizantes sino como un devenir de
conversaciones que exaltan lo humano que pervive en esa complejidad que
es la práctica de la verdadera comunidad.
El verdadero desarrollo de los
pueblos no se debe apreciar como la mera capacidad de producción
material de bienes de consumo, como un proceso mecanizado consistente en
nacer, escolarizarse, trabajar y esperar la muerte. El verdadero
desarrollo atañe a los seres humanos y debería compelirlos a
auto-realizarse integralmente al enriquecerse con valores espirituales,
intelectuales, sociales, vitales, afectivos, estéticos y éticos. Se
trata de riqueza, por supuesto, pero no (sólo) de carácter material
sino también, trascendental. Si pensamos así, y hoy queda muy claro, el
subdesarrollo yace desparramado en todo el mundo, incluyendo a los
países calificados como desarrollados. Nunca como hoy tantas
contradicciones vinculadas al desarrollo se han puesto al descubierto.
Dinámicas de interacción colaborativa,
como las que se producen en la red, modos de intercambio y cooperación y
sistemas económicos alternativos libran batallas en una guerra que no
pueden ganar, a menos que encuentren algún fruto surgido de una renovada
visión, más humana y espiritual y sean, efectivamente, aceptados,
promovidos y, por qué no, adoptados, por una masa crítica de actores de
nuestras elites políticas y económicas. Claramente, somos cada vez más
quienes nos vamos dando cuenta de que hay una tendencia de cambio. Está en todos nosotros, quienes estamos convencidos de ello, en pulsar presionando por la necesaria transformación cultural. Nosotros,
tal vez sin darnos cuenta, también, apalancamos el florecimiento de esa
masa crítica. Tenemos muchísimos medios a disposición para hacerlo y
contribuir a resetear la realidad con miras a actualizar el sistema
operativo de nuestra sociedad. El desafío está en sostener nuestro convencimiento y ponerlo de manifiesto en cuanto ámbito sea posible…
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