Podemos releer ahora el texto de
Vedral, antes citado, en la entrevista de Redes:“Cuando analizamos las
unidades fundamentales de la realidad, las que lo componen todo a
nuestro alrededor, creo que ya no debemos pensar en estas unidades como
fragmentos de energía o materia, sino que deberíamos pensar en ellas
como unidades de información. Me parece que la mecánica cuántica,
nuevamente, supone la clave para entender este fenómeno, porque la
mecánica cuántica tiene otra propiedad (que supongo que a personas como
Einstein no les gustaba) que es la siguiente: en la mecánica cuántica no
se puede decir que algo exista o no a no ser que se haya realizado una
medición, así que es impreciso decir: «tenemos un átomo situado aquí» a
no ser que hayamos interactuado con ese átomo y recibido información que
corrobore su existencia ahí. Por ende, es incorrecto lógica y
físicamente, o mejor dicho experimentalmente, hablar de fragmentos de
energía o materia que existan con independencia de nuestra capacidad de
confirmarlo experimentalmente. De algún modo, nuestra interacción con el
mundo es fundamental para que surja el propio mundo, y no se puede
hablar de él independientemente de eso. Por esta razón, mi hipótesis es
que, en realidad, las unidades de información son lo que crea la
realidad, no las unidades de materia ni energía. Ya no debemos pensar en
las unidades más elementales de la realidad como fragmentos de energía o
materia, sino que deberíamos pensar en ellas como unidades de
información”.La ciencia y la construcción lógica de nuestra idea del universo
No podemos valorar y discutir estas
ideas de Vedral sin recordar cómo se construye nuestro conocimiento del
universo en la ciencia. En la ciencia hay una lógica argumentativa que
va de principio a final. Esta lógica establece principios
epistemológicos que nos dicen que el conocimiento, incluso en la forma
final de las teorías, es siempre un conjunto de hipótesis en sentido
popperiano. Pero dentro de ese constructo de hipótesis queda claro lo
que conocemos y lo que no conocemos, lo que tiene sentido afirmar y lo
que no lo tiene. La ciencia es, pues, hipotética, pero no todo vale: no
cualquier afirmación o hipótesis tiene sentido de acuerdo con el
constructo hipotético que la ciencia mantiene hasta ahora.Es admisible
algo que Vedral menciona. A saber, que nuestra idea de la naturaleza es
sólo el resultado de nuestro conocimiento. La naturaleza, para nosotros,
no otra cosa que el conjunto de nuestro conocimiento sobre ella. Es
verdad, por tanto, que el conocimiento del universo comienza por la
experiencia que el hombre (sujeto) tiene de la naturaleza (objeto) por
los sentidos. Cuando Newton construyó la mecánica clásica lo hizo a
partir de las evidencias empíricas y experimentales de nuestro mundo
macroscópico de experiencia ordinaria (no sabía que sus experiencias
sensibles debían entenderse por principios cuánticos pues a eso se llegó
después). Montañas, rocas, minerales, planetas, estrellas, seres vivos,
animales, hombres… son objetos o entidades estables, consistentes en sí
mismas, cuya existencia se postula como obvia al margen de que sean
conocidas por uno u otro sujeto. Las leyes de un universo macroscópico
de objetos se describió en la mecánica clásica y se profundizó en la
mecánica relativista que, por las ecuaciones de Einstein, describe sus
interacciones gravitatorias en un espacio curvo. ¿Cómo era el mundo
microfísico? La mecánica clásica, obviamente, tendió a representárselo
como una miniaturización del macroscópico. Así fue hasta el átomo de
Bohr en 1915 y años inmediatamente siguientes.Pero cuando a partir de
1925 comenzó a formarse la mecánica cuántica se descubrió que existía
una materia microfísica o primordial que respondía a unas propiedades
sorprendentes y extrañas. Con el tiempo se ha visto que la materia en
estado cuántico primordial respondía a las propiedades de coherencia
cuántica, superposición cuántica, indeterminación cuántica y
acción-a-distancia o efectos EPR (introducidos por Einstein, Podolski y
Rosen, en su célebre experimento imaginario de 1935). El hecho es que
pronto fue evidente que las propiedades cuánticas (microscópicas) no se
cumplían en el mundo de experiencia ordinaria inmediata o mecanoclásico
(macroscópico). Sin embargo, pocos científicos, ni del pasado ni del
presente (digo pocos porque no sé donde habría que situar a Vedral), han
dudado de que el mundo real que observamos, estable y consistente, que
se mantiene a sí mismo y responde a los principios de la mecánica
clásica, realmente existe. Es decir, para que se entienda: cuando nos
vamos a dormir, los objetos de la habitación, los árboles y edificios
del exterior, las montañas, la luna y el sol, siguen existiendo, al
margen de nosotros y de los otros hombres, es un universo real
consistente del que formamos parte.
El conocimiento de la materia cuántica imponía entender que toda la
materia del universo, incluso la que formaba los objetos estables del
mundo macroscópico clásico, era materia que en sí misma respondía a las
propiedades cuánticas. No había más que un solo tipo de materia. Por
tanto, había que explicar cómo era posible que la materia cuántica que
se había originado en el big bang, dando origen al universo, hubiera
llegado a producir el mundo clásico de objetos donde las propiedades
cuánticas han desaparecido. La explicación, que actualmente forma parte
de la teoría estándar de partículas y del modelo cosmológico estándar,
consiste en entender que el fraccionamiento de la energía vibratoria
primordial del big bang en pequeñas partículas (que pueden ser onda y
corpúsculo) produjo, entre otras, una gran cantidad de partículas cuya
función de onda (la descripción matemática de su forma de vibración
ondulatoria) no permitía fácilmente la coherencia cuántica. Por ello,
estas partículas, llamadas fermiónicas, como electrones, protones o
neutrones, mantenían su individualidad unas frente a otras y, al
agruparse por las fuerzas de la naturaleza (gravitatoria,
electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) producían la aparición
de los cuerpos macroscópico clásicos.
Así, por ejemplo, un electrón en su órbital atómico no es un punto
que da vueltas, sino una vibración ondulatoria que lo llena
armónicamente. El electrón en su orbital (materia con propiedades
cuánticas) está en estado de superposición porque está en todos los
sitios y no está en ninguno, pudiendo colapsarse (colapso de su función
de onda) cuando en un punto se “plega” como partícula que detectamos.
Este electrón que, digamos, pertenece a una célula, así como todas las
partículas de esa misma célula, son materia con propiedades cuánticas.
Pero el objeto clásico como tal, su estructura, no posee propiedades
cuánticas. La célula, como compleja estructura de materia fermiónica, no
puede entrar en coherencia cuántica, ni en superposición, está
determinada por la estructura clásica, y no puede ejercer una
acción-a-distancia. Por esto existe muestro mundo real estable en el que
podemos tener una biografía propia.
Para la ciencia el universo real no es ontológicamente información digital
¿Qué quiere decir todo esto? Pues simplemente que es verdad que
nuestro universo es el universo que hemos conocido a partir de procesos
de información sensible. Pero a partir de ellos hemos razonado en la
ciencia y ésta nos ha llevado a una conclusión precisa: a entender que
el universo es algo que existe independientemente de los procesos de
información que han sucedido en nosotros y que nos han llevado a
conocerlo y a establecer cuál es su origen y cómo está hecho. Así,
pensamos en la ciencia que el universo nació de un big bang en que
apareció una radiación de inmensa energía que fue transformándose en
vibraciones, cuerdas, supercuerdas, partículas, fermiónicas (que
producen el mundo clásico) y bosónicas (como la luz, en que se cumplen
las propiedades cuánticas), todo ello hasta aparecer la materia estelar,
cuerpo celestes, estrellas y planetas, seres vivos, animales y hombres.
La forma de evolución de la materia dependió de las propiedades
ontológicas de la realidad primordial emergida en el big bang: es la
misma materia la que, siendo como es, crea el orden y organización que
observamos en el mundo físico y biológico. Esta materia, por tanto,
produce por sí misma tanto las propiedades cuánticas, como, una vez
organizado el mundo macroscópico clásico, las propiedades clásicas que
rigen las formas de interacción entre los objetos clásicos. Así, las
formas de interacción entre dos fotones (que son interacciones
cuánticas) no son las formas de interacción entre dos planetas.
Nuestro universo, por tanto, es un universo creado por nuestro
conocimiento. Partimos de las experiencias sensibles (fenoménicas,
aparienciales) producidas como resultado psíquico de la interacción
entre nuestro sistema perceptivo psicobiofísico y el mundo físico
exterior (vg. los colores, como sabemos, son un fenómeno psíquico). A
partir de lo fenoménico creamos en nuestra mente conocimiento para
representarnos qué es el universo en su profundidad última. Más allá no
podemos ir. De acuerdo. Pero nuestra representación del universo en la
ciencia incluye entender que hay un universo que existe al margen de
nosotros (al margen de los procesos de información), un universo que nos
genera y nos contiene. Será así o no en la profundidad nouménica de las
cosas, pero no tiene sentido racional pensar de otra manera. Así piensa
la casi totalidad de los científicos y la sociedad está montada sobre
este supuesto intuitivo (en la vida ordinaria) y reflexivo (en la
ciencia). Por ello, para la ciencia no tiene sentido decir que el origen
del universo sea la información, entendida como algo anterior a la
materia o la energía.
El ser humano sabe que construye su representación del universo a
partir de la información que se recibe por los sentidos. Se construye
así un mundo de conocimiento fundado en las funciones naturales de la
mente (sensación, percepción, conciencia, memoria, pensamiento, etc.).
Puesto que el universo conocido es ordenado como resultado de la
ontología de la materia que produce las leyes naturales (así lo
entendemos), ese conocimiento puede ser representado por medio de un
código digital, como ideó Shannon, para que pudiera ser procesado por
máquicas de forma automática y ciega. Así podemos dar a nuestro
conocimiento una expresión digital en código binario y operar con ella
de mil formas que nos pueden ayudar, tanto en la ciencia básica como en
la ingeniería (vg. simulando procesos naturales). Pero que nuestro
conocimiento sea digitalizable no nos autoriza a decir que la realidad
del universo sea, en su constitutivo más original, información, y mucho
menos que los procesos naturales sean digitales.
Pero veamos qué nos dice Vedral más adelante en la entrevista de Redes.
“Déjame que te dé un ejemplo. Si no estuvieras aquí observándome, la
física cuántica sugeriría que yo también podría estar en muchas otras
ubicaciones a la vez. Sin embargo, tengo muchos átomos dentro, y cada
uno de estos átomos emite luz, y cada vez que una partícula de luz o
fotón llega a tus ojos, ves exactamente la información sobre de dónde
procede esa luz. Y, como emito muchas partículas de luz por segundo,
sigues recibiendo la misma información de que estoy sentado aquí
hablando contigo. Pero si pudieras aislarme de algún modo, y asegurarte
de que no emitiera ninguna información, entonces probablemente podría
estar en varios sitios simultáneamente. Es muy extraño. Podemos
demostrar que, si pudiéramos utilizar la cuántica plenamente, si
pudiéramos hacer que un objeto grande estuviera en varios estados a la
vez, entonces podríamos crear lo que denominamos ordenadores cuánticos. Y
sabemos, por lo menos teóricamente, que un ordenador cuántico sería
mucho más eficiente que cualquier ordenador actual. Así que resulta casi
milagroso, ¿no crees?”.
¿Un universo cuántico o digital?
El texto anterior desde luego no es milagroso, pero sí es
verdaderamente sorprendente, en el sentido de que sorprende que haya
podido enunciarse como si nada.
Las teorías actuales sobre el gran enigma de la percepción visual
(materia que explico desde hace años en la universidad) se dividen en
gibsonianas (percepción directa) y constructivistas (la imagen es una
experiencia intracerebral construida por el sistema visual a partir de
la información que llega a la retina); a su vez, el constructivismo se
divide en constructivismo puro o constructivismo computacional; por
último, el constructivismo computacional se divide en serial y
conexionista o PDP (pararell distribuiting processing). Todos coinciden
en que el origen de la visión es la luz, o pequeña parte del espectro
electromagnético con longitudes de onda entre 400 y 700 nanómetros (la
luz blanca del sol), que llega de la radiación solar y que se extiende
en la tierra, atravesando, reflejándose, siendo absorbida por los
objetos. La luz reflejada en las texturas físicas de la tierra llega a
las retinas, después del procesamiento óptico del globo ocular,
produciendo una estimulación sináptica que asciende hacia las zonas
superiores del cerebro.
Es verdad que en los tejidos celulares existe una presencia de la luz
que se estudia en la biofotónica. Es verdad que puede haber especies
que emiten luz (vg. en lo profundo de los océanos o desde dentro del
globo ocular como felinos), pero se trata de casos especiales que no
explican la visión como fenómeno general. Por tanto, la visión no se
produce por fotones que salgan de los cuerpos, como dice Vedral, en las
cantidades y constancias necesarias para ser el fundamento físico de la
visión. Esto parece claro y es incuestionable. Sin embargo, Vedral lo
afirma, probablemente para justificar que el sistema visual que percibe
crea un efecto sobre la estructura fotónica del objeto visto (aquí el
propio Vedral), de tal manera que esta interacción sujeto/objeto
cuántica (al estilo de Wheeler) produce el colapso del objeto visto
(Vedral), de tal manera que si la interacción cuántica cesara (por
aislamiento de Vedral), entonces “yo (Vedral) también podría estar en
muchas otras ubicaciones a la vez”. Si el cuerpo de Vedral pudiera
aislarse (entendemos: aislarse de una acción externa, vg. la del sujeto
en que se produce la visión, para evitar el colapso del cuerpo de Vedral
en un estado físico determinado, perdiendo la superposición cuántica),
entonces “probablemente podría estar en varios sitiuos simultáneamente”.
Es difícil entender qué quiere decir Vedral porque lo que parece
decir es difícilmente admisible desde el punto de vista de la ciencia.
El cuerpo de Vedral es un sistema de partículas que, por sí mismas,
individualmente, son cuánticas y tienen, entre otras, la propiedad de
superposición. Pero el cuerpo macroscópico de Vedral, al igual que todos
los otros objetos del universo mecanoclásico, no son cuánticos sino
clásicos y en ellos no se puede aplicar la superposición. En un cierto
átomo del cuerpo de Vedral existe, digamos, un electrón que, en su
orbital, quizá es una vibración en superposición; quizá ni siquiera se
puede atribuir una identidad ontológica a ese electrón en el curso del
tiempo. Sin embargo, el cuerpo de Vedral, como sistema de conjunto,
siempre mantendrá en ese orbital un electrón que mantenga el equilibrio
físico del sistema. Y el cuerpo como estructura no es cuántico, sino
clásico. La distinción entre las propiedades y formas de interacción en
sistema cuánticos y clásicos es esencial en la física de partículas y en
la cosmología modernas. Lo que dice Vedral parece contradictorio con
todo lo que conocemos del mundo físico.
Hoy en día quienes defienden la necesidad de aplicar la mecánica
cuántica para entender los seres vivos y la sensibilidad-conciencia
suelen distanciarse de las llamadas teorías computacionales del hombre
(bien sean seriales o conexionistas). Los computacionalistas tienden más
bien a entender los seres vivos como robots que se rigen por procesos
mecánicos y deterministas. Vedral se mueve en una cierta confusión entre
lo cuántico y lo meramente compitacional. En todo caso, es claro que si
quiere entender que el origen del universo es la pura información, de
acuerdo con la idea digital de Shannon, entonces le interesa reducir el
cerebro (los sistemas nerviosos en general) a sistemas vivos que hacen
biológicamente la pura computación digital de Shannon.
“Tomemos el cerebro humano –nos dice Vedral– como ejemplo de un
dispositivo procesador de información”. “Supongamos que cada célula
nerviosa o neurona puede contener un bit de información, a saber, un
cero o un uno. Este bit está codificado como la presencia o ausencia de
una señal eléctrica en las neuronas, es decir, cuando hay una señal
eléctrica el cerebro detecta un uno y cuando no hay señal eléctrica
detecta un cero. Esto es probablemente una simplificación excesiva, pero
vamos a mantener la historia simple. O sea nuestro cerebro puede
contener diez mil millones de bits de información [creemos que, en su
hipótesis, se queda corto]. Una vez que hemos agotado todos los bits de
memoria de nuestra cabeza, para poder registrar algo más, primero hemos
de borrar parte de la información, es decir, hemos de olvidar” (89-90).
La misma interpretación digital la extiende al universo en su
conjunto. “El principal objetivo de este libro es entender la realidad
en términos de información. En este sentido es apropiado considerar el
Universo entero como un ordenador cuántico, dado que esta es la
descripción más exacta que tenemos de la realidad. Luego hemos estimado
el poder total del universo, una memoria de 10100 bits y aproximadamente
unos 1090 bits por segundo procesados. Para establecer esta estimación
dividimos el universo en unidades más y más pequeñas y utilizamos luego
el hecho de que el contenido de información de cada una de dichas
unidades es proporcional a su área” (216-217).
Las llamadas teorías computacionales de los seres vivos y del hombre
entienden que el cerebro (el sistema nervioso) es un ordenador
biológico. Algunos pensaron (vg. Newell y Simon) que era un ordenador
serial (con depósitos de memoria binaria, buses de transporte de
información, CPU, etc.) y otros que respondía a la arquitectura y
principios funcionales de un ordenador conexionista (PDP), que a su vez
habían sido copiados de la estructura del cerebro humano. Hoy en día,
sin embargo, la mayor parte de neurólogos y psicólogos han dejado de
lado los intentos digitales que fueron iniciados ya por Warren McCulloch
en los años sesenta. El cerebro se entiende como un sistema que produce
la interactivación en sistema de redes o engramas neuronales que
desencadenan bien los automatismos orgánicos, bien la vida psíquica
(sensación, percepción, conciencia, conocimiento…). La visión, por
ejemplo, se produce por un sistema de interactivación entre el patrón
externo de luz y el engrama de la imagen que va desde la retina hasta
las zonas corticales superiores, produciendo el correlato de la
experiencia del quale o imagen subjetiva. En otras palabras: la imagen
no se explica por el desplazamiento de una información digital
codificada en ceros y unos.
Lo mismo sucede con el universo. Está constituido, como antes
decíamos, de materia o de energía (todavía no sabemos exactamente qué
constituye primordialmente el universo). Pero no es ciertamente un
inmenso depósito de información digital. La digitalización y simulación
del universo es producida por la actividad de la mente humana que, al
recibir información de un universo real previamente existente, es capaz
de representar el conocimiento sobre el universo (la flecha segunda de
Vedral) en un sistema informatizado. La información es algo derivado. Lo
radical existente es el universo que nace y evoluciona mediante
procesos reales que no son los procesos que el instrumento técnico
creado por el hombre (el ordenador) necesita para representarse
digitalmente el universo.