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Comprender la eternidad es tan sencillo
como no decir: ayer, hoy ni mañana. Consiste en no temporalizar, en no
poner límites a lo que de por sí es ilimitado. ¿Acaso tiene tiempo el
silencio? ¿Quién puede decir -en el silencio- que este silencio ha
durado cuatro segundos? En el momento de decirse ya no hay el silencio,
lo natural, quedando sustituido por un contenido mental ficticio creador
del tiempo: de una representación de la realidad subjetiva, en
paralelo, que pretende seguir lo que en realidad no tiene una
continuidad lineal. Por ello, ese viaje en paralelo a través de la
dimensión del tiempo no puede hallar la eternidad representándola en su
peculiar dimensión limitada. Sólo queda olvidarlo todo, sacudirnos todos
los conceptos mentales, todas la líneas paralelas y duales, para entrar
al silencio sin tratar de contar los segundos que callamos.
Todo el conflicto puede plantearse como
un estar cambiando de estación todo el tiempo, pero sin nunca coger el
tren en el momento adecuado. Es decir, todo ese esfuerzo supone perder
siempre el tren; o, digámoslo de forma más precisa y veraz: no hay
ningún tren que coger y por tanto, ninguna estación a la que dirigirse.
¿Puede comprender eso la mente? Sería una buena pregunta. ¿Puede
comprender eso el silencio? Parece que esta última pregunta resulta
innecesaria pues carece de todo fundamento. No para la mente, pero sí
para el silencio. ¿Estamos ante una dualidad (mente/no-mente) o ante un
trayecto de inevitable conciliación? En la no-dualidad no hay siquiera
conciliación, pues significa el matrimonio perpetuo de los opuestos. Los
opuestos nunca han sido opuestos en realidad, pues carecen de nada a
qué oponerse: el amor los mantiene unificados y en armonía al no verse
contrarios, sino completos. El amor es el silencio que habla o que calla
sin referirlo al tiempo, ni a la mente, ni a nada distinto a lo que es
en realidad: amor completo sin objeto.
http://lasletrasdelaire.blogspot.com.es/2012/05/sin-tiempo-ni-dualidad.html
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